RESUMEN DE UNA VIDA
ANÓNIMA (lunes, 21 septiembre, 2009)
Ayer vino al trabajo una viejecita y se puso a hablar conmigo:
Tiene tres perros en el jardín. El más grande está en
celo y quiere montar al más pequeño. Este no se deja y el grande le
muerde. A ella le da lástima y mete al pequeño dentro de casa. Los
otros perros le han cogido envidia y cuando sale a comer le muerden mucho más.
La mujer está triste porque va a tener que desprenderse de alguno pero no sabe
de cuál, ya que le tiene mucho cariño a los tres, que son su única compañía.
Empezó a trabajar con dieciséis años planchando en una
casa. Tenía las manos llenas de heridas. No sabe leer ni escribir, pero sabe
cocinar, coser, cambiar bombillas y atornillar.
Su padre estaba enfermo. Un día iba él paseando con la
hermana de ella cuando la pequeña calló de un puente abajo y murió. A los
dieciocho días murió su padre. La viejecita se puso a llorar y yo tuve que
aguantar las lágrimas como pude.
Tiene dos hijas, las dos por cesárea. Un día a su
marido le diagnosticaron cáncer. Ella decidió que no debía de saberlo nadie por
lo que se tragó ella solita toda la enfermedad. Todos pensaban que tenía mal un
riñón.
Para que su marido estuviera distraído y feliz ella le
cantaba, le bailaba y le hacía mil bobadas. Sus hijas al ver esto la trataron
de loca y aún tiene ese pesar clavado en el corazón. Las lágrimas volvieron a
correr por su arrugado rostro. Yo volví a aguantar.
Después de la operación fueron dos años los que pudo
disfrutar junto a su marido hasta que éste murió.
Ahora vive sola con sus tres perritos y una gata que
ha tenido cachorros en una repisa. La viejecita teme que alguno se caiga y los
perros se lo coman.
Me confesó que a pesar de todo lo que sufrió en su vida
no se cambiaría por nadie, ni siquiera por una joven como yo. Me dijo que de no
haber sido por el humor también ella estaría muerta.
Se puso sus gafas de sol porque no quería que nadie
supiese que había llorado y se fue sin despedirse.
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