miércoles, 9 de junio de 2021

Una gran lección


¡Miércoles Addams!
¡Hoy es el día de la Región de Murcia!

    Pues la foto escogida para el post de hoy, como podéis ver, es mi careto en blanco y negro. Hay días, semanas, rachas... que el blanco y negro nos identifica más que cualquier otro color. Y no pasa nada. La vida es cíclica, a veces estamos arriba, a veces abajo, a veces en el centro y otras ni sabemos dónde estamos. Pero así se va haciendo el camino y no hay paso en balde. Hay que recorrer todos los caminos, incluso los amargos. 

Recurro a una de mis frases favoritas del mundo, la que cuelga de un cuadro en el baño de mi casa: "Nada es absoluto, nada es permanente, ni siquiera esta frase" 

    Y dicho esto... Llevo todo el día pensando en un relato de mi primer libro Fuegos de Sol. No sé muy bien por qué, pero aquella historia (verídica) se me quedó grabada y cómo me alegro de haberla escrito allá por el 2009. Ahora puedo recurrir a ella cuando quiera, como en este momento.

    Me despido aquí. Prefiero acabar con el relato y que se quede con vosotros un rato. Jamás olvidaré aquel día ni a la mujer que me lo contó. Todavía hoy sigo pensando que fue un ángel con un mensaje, un sueño... No sé lo que fue, solo sé que fue tan real como la vida misma y que ese día aprendí una gran lección. Os dejo con él. Hasta el miércoles que viene.


RESUMEN DE UNA VIDA ANÓNIMA (lunes, 21 septiembre, 2009)

 

Ayer vino al trabajo una viejecita y se puso a hablar conmigo: 

Tiene tres perros en el jardín. El más grande está en celo y quiere montar al más pequeño. Este no se deja y el grande le muerde.  A ella le da lástima y mete al  pequeño dentro de casa. Los otros perros le han cogido envidia y cuando sale a comer le muerden mucho más. La mujer está triste porque va a tener que desprenderse de alguno pero no sabe de cuál, ya que le tiene mucho cariño a los tres, que son su única compañía.

Empezó a trabajar con dieciséis años planchando en una casa. Tenía las manos llenas de heridas. No sabe leer ni escribir, pero sabe cocinar, coser, cambiar bombillas y atornillar.

Su padre estaba enfermo. Un día iba él paseando con la hermana de ella cuando la pequeña calló de un puente abajo y murió. A los dieciocho días murió su padre. La viejecita se puso a llorar y yo tuve que aguantar las lágrimas como pude.

Tiene dos hijas, las dos por cesárea. Un día a su marido le diagnosticaron cáncer. Ella decidió que no debía de saberlo nadie por lo que se tragó ella solita toda la enfermedad. Todos pensaban que tenía mal un riñón.

Para que su marido estuviera distraído y feliz ella le cantaba, le bailaba y le hacía mil bobadas. Sus hijas al ver esto la trataron de loca y aún tiene ese pesar clavado en el corazón. Las lágrimas volvieron a correr por su arrugado rostro. Yo volví a aguantar.

Después de la operación fueron dos años los que pudo disfrutar junto a su marido hasta que éste murió.

Ahora vive sola con sus tres perritos y una gata que ha tenido cachorros en una repisa. La viejecita teme que alguno se caiga y los perros se lo coman.

Me confesó que a pesar de todo lo que sufrió en su vida no se cambiaría por nadie, ni siquiera por una joven como yo. Me dijo que de no haber sido por el humor también ella estaría muerta.

Se puso sus gafas de sol porque no quería que nadie supiese que había llorado y se fue sin despedirse.

 

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