miércoles, 31 de marzo de 2021

Segundo capítulo de Inevitables


Hoy sí que sí... ¡Miércoles Addams!
Ay, estoy nerviosa porque es la primera vez que Oliver va a hablar y, bueno... quiero decir mucho, pero creo que es mejor no decir nada.

    Me repito: Oliver es uno de mis personajes masculinos favoritos. Y eso que el listón está altísimo, desde Déniss hasta Alex. Y eso que surgió de la nada y eso que no soy yo de yogurines. Mira, pensé que no tenía nada en común con Cassandra, pero coincidimos en algo importante. 

    Lo sé, me dejo de rollos y voy al libro. Solo decir que con este capítulo adquiere sentido el primero y es que hay que verlo como un todo, el mismo momento desde las dos perspectivas. Después de esto trascurre un año y da comienzo la historia como tal. Y ya no cuento nada más porque en nueve días lo tendremos. ¡Diez días! Vamos allá.


Epifanía 

Aparición, manifestación o fenómeno a partir del cual se revela un asunto importante 

Oliver

Era otro verano más en el mismo pueblo aburrido. Nacho llevaba ya un par de semanas allí suplicándome que por favor, no lo dejara solo. Como si dependiera de mí que mi abuela se muriera o no. El primer verano con mayoría de edad se presentaba así: o como siempre, en el pueblo fantasma de mi madre, o de velatorio en el de mi padre. Muy emocionante, lo sé. Si no había ningún contratiempo, todo seguiría como cada verano. Ese era el acuerdo al que habían llegado mis padres y que por supuesto, habían tomado sin contar conmigo. Para ellos seguía siendo un crío, pero lo que no sabían es que los dieciocho años de ahora no son ni de lejos como los de antes. ¿Cómo lo sé? Estoy harto de escuchar sus historias de cuando eran jóvenes. Se supone que todo eso que me cuentan sucedió hace apenas unos treinta o cuarenta años,  pero es como si me hablaran de un universo paralelo. Si supieran cómo corre la droga en las fiestas de mi instituto, fliparían. Solo si supieran que fumo se habrían vuelto locos, pero yo nunca he montado ningún episodio digno de un adolescente borracho, así que no tienen motivos para pensar en nada de eso. Soy bastante discreto. Me gusta ir a mi bola, pensar en mis asuntos. A los chicos de mi edad les interesan cosas que para mí no tienen el menor interés. ¿Raro? Puede ser.

Creo que mi «problema» es que nunca he sido demasiado niño. Es como si estuviera esperando a que mi cuerpo creciera para que se correspondiera de una vez con mi forma de pensar. Según mis compañeros, a mí me la pela todo. Y tienen razón.  Javi solía decir que soy un chulo sin remedio. No sé. La verdad que hasta eso me da igual. Mientras siguiera consiguiéndome tabaco, no me preocupaba nada más.

Javi es el único amigo que me llevo del instituto. Es un año mayor que yo. Nos encontramos un día fumando en un rincón el patio escondidos de la vista de los profesores y ahí surgió nuestra amistad. Entre colillas y olor a pis.

Mi madre quiere pensar que gracias a ella me presenté a las pruebas para la universidad, pero la verdad, fue gracias a Javi. No tenía pensado estudiar nada a corto plazo y menos ir a la universidad. No encajo en el sistema que nos quieren vender, así que espero encontrar el mío propio. Me presenté a las pruebas para no dejarlo solo ante el peligro. Se lo debía después de tanto tabaco gratis. Fue pan comido. No para él, que se pasaba los días y las noches estudiando, pero yo siempre he tenido facilidad a la hora de memorizar. En clase me bastaba con escuchar y creo que no he sacado mejores notas por pereza. Prefería dibujar, leer mis propios libros y no llenar mi cerebro con chorradas que no servían para nada, solo para darnos la ilusión de que encajamos en el mundo. Y da igual cuánto nos lo quieran hacer creer. No encajamos. El mundo tenía sus propios planes y entonces, llegamos los humanos. Puede que hayan pasado cientos de miles de años, pero seguimos igual de perdidos que los neandertales. Es más, me atrevería a decir que nosotros desencajamos mucho más. Conforme voy creciendo, más claro lo veo.

Pero bueno, volviendo al verano, Nacho me dijo que estaban reformando una de las casas del pueblo, en concreto, en la acera de enfrente. En todos los años que llevábamos veraneando en el pueblo, nunca había pasado nada. Literalmente nada, así que aquello era todo un acontecimiento que nos tenía de lo más intrigados. Ya se sabe, cuando no tienes nada que hacer, cualquier cosa te sirve.

—¿Y nadie sabe quiénes son los que se mudan? —le pregunté a Nacho una vez instalados en el soporífero pueblucho.

—Ni idea tío, estoy hasta nervioso. ¿Quién se muda a un pueblo de estos? ¡Y en pleno verano! Que la casa es comprada, ¿eh? Eso sí que lo ha podido averiguar mi madre.

Me encogí de hombros. Yo también estaba bastante intrigado, lo admito.

—¿Sabes? Puede que sea la chica de nuestros sueños —me dio un codazo dejando volar la imaginación.

—Pues espero que no. No quiero compartir chica contigo. Además, los dos sabemos que yo me la llevaría.

—Sí, claro —soltó una carcajada—. ¡Pero si apenas eres un chaval!

—Dieciocho frente a veinte no es gran cosa.

Ambos reímos. Nos gustaba mantener conversaciones sin sentido mientras lanzábamos piedras al lago o rompíamos palos en trozos pequeños para después verlos arder en una hoguera diminuta. Era como si volver al pueblo cada verano nos conectara con esa parte de nuestra infancia que se quedó allí y que ya nunca recuperaríamos. No es que nos consideráramos adultos, para nada, pero habíamos crecido juntos y sabíamos que ya no éramos unos críos.

Pasaron varios días y las especulaciones acerca de los nuevos vecinos ya se nos habían agotado. Habíamos visto movimiento de gente transportando muebles, incluso Nacho le preguntó a uno de ellos que quiénes eran los nuevos propietarios, pero tampoco lo sabía. Hacía un calor insoportable, seguramente fuese una de esas olas provenientes del Sáhara. Solo llevaba un bañador, pero sentía que me sobraba hasta la piel. Sonaba Sweet Child O’Mine de Guns N’ Roses por el viejo cassette de mi padre del que no me separaba ni para dormir. Íbamos a ir a darnos un baño en el lago, pero Nacho había escuchado un coche acercarse y nos sentamos en su portal a esperar a ver si por fin salíamos de dudas.

Un BMW blanco se acercó. Eso ya nos puso en tensión, pues en el pueblo no había coches así. La elegante mujer que se bajó de él tampoco encajaba. La chica de pelo azul que la siguió, más de lo mismo. Después se bajó el que supuse que sería el padre que, tras besar a la mujer, se puso a sacar cosas del maletero. Entonces la vi. Llevaba unos vaqueros cortos y una camisa de flores anudada a la altura del ombligo que dejaba ver un sugerente escote. El pelo largo recogido en una coleta. Le dijo algo a su madre y se abrazaron. Después se quedó allí, muy quieta, mirando cuanto había a su alrededor. La voz de Axl Rose nos envolvía.

 

She's got a smile that it seems to me

Reminds me of childhood memories

Where everything was as fresh as the bright blue sky

Now and then when I see her face

She takes me away to that special place

And if I stared too long

I'd probably break down and cry

 

 

Ella tiene una sonrisa que se parece a la mía,

me trae recuerdos de mi niñez,

donde todo era tan limpio como el brillante cielo azul.

Ahora y entonces, cuando veo su cara,

me lleva lejos a ese lugar especial,

y si mantengo la mirada mucho tiempo,

probablemente me derrumbe y llore.

 

Era perfecta. Hizo desaparecer a Nacho, al calor, a su familia, al pueblo entero e incluso al resto del mundo. Solo estaba ella. Ella y la flecha que me había atravesado el corazón. La sentí tal cual, disparada hacia mí y clavándose con fuerza en lo más profundo de mi ser. Fue un flechazo de manual.

—¡Hola! — la saludó Nacho.

Ella miró, pero ni siquiera sé si reparó en mí.

Contestó tímidamente y se puso a ayudar a su familia a sacar cosas del coche para meterlas en la casa. Aún sigo anclado en aquel momento. Fue de película.

Los días posteriores intenté acercarme a ella, pero no tuve éxito. Tampoco es que lo intentara demasiado; estaba aterrado. Nacho estaba igual de embelesado que yo, pero él si se presentó con su habitual desparpajo. La hermana pequeña era más sociable, pero ella se mantenía distante. Yo me las ingeniaba para espiarla cuando podía, sin comentar con Nacho ni una sola vez lo que había sentido. Él sí me hacía partícipe de todo cuanto ocurría, pero yo prefería mantenerme en un segundo plano. Puede que tuviera la intuición de que no valdría la pena. Puede que en el fondo supiera que en unos días nos marcharíamos de allí y que ya nunca la volvería a ver. Mi abuela murió ese verano, por lo que todo se truncó de repente. Pero la flecha siguió clavada. Nacho iba contándome que se estaban haciendo amigos. Sus padres lo habían invitado a cenar a su casa en varias ocasiones, habían dado paseos alrededor del lago, incluso la había visto en bikini, cosa que me hizo patalear como si tuviera tres años. También me contaba que la hermana pequeña era un poco pesada, pero compensaba el poder pasar un rato con Cassandra. Se besaron. Nacho tardó en conseguirlo, pero al fin obtuvo su deseada recompensa. Él le dijo que tenía que volver a Madrid y ahí fue cuando surgió. En una especie de despedida apresurada.

Mientras tanto, yo me moría de asco y de envidia en el pueblo de mi padre, soportando un verano digno de olvidar. Soportando el desgarro de la flecha y siendo testigo no presencial de cómo mi amigo se estaba llevando a la chica. De cómo él estaba viviendo mi historia de amor. Y entonces llegó septiembre, devolviéndonos a todos a la realidad. Colocándonos de nuevo en la rueda de la vida.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario