Sin freno
Son las cuatro. Me
retoco en el baño antes de salir, labios rojos, me atuso el pelo… Bueno Liv, ha
llegado la hora, no digas nada que no pienses, ya sabes cómo te traicionan los
nervios. Y, sobre todo, no te quedes a solas con él. Las manos me sudan. Odio
mis manos. ¿Por qué tienen que sudar tanto? Salgo a la puerta y miro alrededor,
pero no hay nadie. Empiezo a pensar que esto no ha sido más que una broma
cuando, de repente, lo veo acercarse por mi izquierda y el corazón se me
dispara. Vaqueros desgastados, camiseta negra. Tan simple y tan perfecto.
—Bueno Liv, ¿qué
te apetece hacer?
—Creo que necesito
una cerveza —logro decir.
—Conozco un sitio
cerca de aquí, vamos.
No consigo
pronunciar palabra en todo el camino, que a pesar de durar dos minutos, me
parece eterno. El local es moderno, hay una gran barra a la derecha para estar
de pie, a la izquierda la barra de los camareros y al fondo del pasillo la zona
de mesas, más tranquila y con menos luz, todo decorado en blanco, negro y rojo,
una de mis combinaciones favoritas. Nos sentamos uno enfrente del otro y un
camarero joven que debe pesar unos cincuenta kilos o menos, se acerca moviendo
el cuerpo como si estuviese bailando.
—Buenas tardes,
¿qué van a tomar? —Su voz suena tan bailonga como su cuerpo.
—Pues creo que cerveza,
¿no Liv?
No puedo evitar
soltar una carcajada, producto de los nervios.
—Sí, cerveza por
favor.
Nos quedamos a
solas y espero a que él tenga algo que decir, porque a mí, no se me ocurre
nada.
—Bueno, cuéntame,
¿por qué te gusta andar sola y de noche por rincones oscuros?
¡Era él! ¿Ha
estado siguiéndome?
—No lo sé. Porque
soy una inconsciente supongo…
—¿Te han contado
ya algo de nosotros?
—Algo me han
contado, pero la verdad no sé qué pensar. Preferiría oírlo de tu boca.
Se me ocurren cientos
de cosas que hacer con su boca.
—¿Qué es lo que
sabes?
—Que no puedo
hablar con nadie del tema —digo sin mirarle a los ojos.
—Lección número
uno y la más importante, te han informado bien por lo que veo. Pero conmigo puedes hablar. Hablar o lo que
te apetezca.
Me atraganto con
la cerveza ¿me está diciendo lo que creo que me está diciendo?
—Vale, allá va. Os
llamáis Los Siete. Eres el líder y habéis venido de otro universo para reclutar
gente para vuestro ejército. —Suena tan estúpido en voz alta que estoy a punto
de reír—. Rastreáis durante la noche, sois súper veloces y vuestras alas…
Me quedo mirándole
la espalda preguntándome dónde están. Porque, ¿las vi, no?
—Ahora no están,
llamarían demasiado la atención ¿no crees?
—Empezaba a pensar
que me las había imaginado.
—Solo las sacamos
cuando vamos de búsqueda, por la noche. Tenemos que mantenernos a salvo. La
otra noche te vi volviendo a casa con tus amigas y decidí acompañaros. Lo siento
si te asusté, pero estabas en la ventana y tuve que pasar rápido para que no me
vieras. La segunda noche, con el grupo, no esperaba encontrarte, pero ahí
estabas. Y tuve que parar a mirar.
Mi cara de nuevo,
vuelve a ser rojo intenso.
—Entonces ¿es
cierto lo del otro universo?
—Sí.
—¿Podéis entrar y
salir cuándo queráis? ¿No hay algunas reglas?
—Las hay. En mi
lado somos muy pocos los que conocemos la conexión, solo a algunos de mi grupo
les he confiado el secreto, los necesarios para venir aquí a reclutar. No sería
bueno para ninguno que el rumor se extendiera. Créeme, conozco a la gente de
allí y serían capaces de cualquier cosa.
—¿Y cómo cruzáis?
—Eso ahora no
importa, hay que dejar algunas cosas en el tintero para la próxima vez.
¿Próxima vez?
¡Próxima vez!
—Bueno, ya sabes
mucho de mí. Cuéntame algo de ti, aparte de que te gusta el batido de mango,
que te has mudado hace dos meses y que trabajas en la biblioteca, no sé nada
más.
Me muestra de
nuevo su sonrisa y le sonrío yo también. ¿Cómo puede ser tan encantador?
—Pues me mudé
porque mi vida era tremendamente aburrida y aunque me costó tomar la decisión,
aposté por dedicarme a lo que de verdad me gusta, los libros.
Sé que acabo de
conocerle, pero tengo la sensación de que lo conozco de toda la vida. He oído a
gente que le pasa esto, que conectan en dos segundos y se hacen inseparables,
pero pensaba que solo ocurría en las películas.
—¿Qué libros te
gustan?
—Sobre todo de
misterio, ciencia ficción, mitología, cosas sobrenaturales, terror…
—Vaya, veo que te
va la marcha. Yo prefiero las historias más sencillas y corrientes.
El camarero
bailongo pregunta si queremos más cerveza y si vamos a querer algo de comer. La
verdad que tengo hambre, pero no quiero comer delante de él, así que pedimos
otra cerveza. ¿Ya van cuatro? No debería beber más.
—También me gusta
la repostería, el sol, los gatos y la soledad. Y hasta ahí es donde puedo decir.
Ambos reímos. La
cerveza ayuda y mucho.
—¿Sabes que estás
preciosa cuando te ríes?
No puedo evitar
agachar la mirada y sonrojarme.
—Y cuando te
sonrojas.
—¡Para! Me estoy
muriendo de calor.
—¿Tienes calor? ¡Eso
puedo solucionarlo! Ven. ¡Vamos, levanta!
Deja dinero sobre
la mesa, me agarra de la mano y salimos a paso rápido del pub antes de que sea
capaz de reaccionar.
—¿Dónde vamos?
En cinco minutos
estamos en la entrada de un hotel bastante lujoso. Frena en seco, se recompone
la ropa, el pelo y entra tranquilo y con el rostro serio. Anda con paso firme,
directo hacia los ascensores. ¿Estoy cometiendo un error? De una forma extraña
y sin sentido, confío en él. Saca una llave dorada del bolsillo y con la mano
izquierda, gira el botón número trece, la última planta. ¡Es zurdo! Mi rara
admiración hacia ellos, hace que me atraiga mucho más. Me mira impaciente y visiblemente emocionado
y yo tengo más miedo que nunca.
—¿Qué hay en la
última planta? —me atrevo a preguntar.
—Mis labios.
Se lanza sobre mí
dejándome de espaldas contra la pared y me da un beso tan apasionado como tierno
a la vez. Me sujeta la cabeza con la mano derecha y con la izquierda me rodea
la cintura, acercándome hacia él. La puerta se abre y nos separamos. Estoy
totalmente fuera de mí y siento que voy a perder el equilibrio. Un precioso
jardín con piscina nos recibe a la salida del ascensor. Un par de tumbonas, una
zona con mesa y algunos sillones y por la parte de atrás, se ve una gran
cristalera con una cama al fondo.
—¿No tenías calor?
—sonríe mientras mira la piscina y se quita la camiseta.
—¡Estás loco! ¿Y
la ropa?
—¿Acaso te la quieres
quitar?
Sonrío y niego con
la cabeza. Me agarra de la mano.
—Pues bien, a la
de una, a la de dos…
Me dejo arrastrar
por él y salgo del agua jadeando. Está algo fría, pero no me importa. Nos
quedamos mirándonos y sonriendo.
—¿Siempre estás
tan loco?
—La mayor parte
del tiempo. Tú tampoco te quedas atrás, te vienes con un total desconocido a
bañarte en la piscina de su habitación…
—Yo no sabía dónde
íbamos.
—Pero aun así has
venido —dice mirándome fijamente.
—Sí.
—¿Te quieres ir?
Niego con la
cabeza.
—Bien.
Me pone una mano a
cada lado de la cara dejando el hueco justo para besarme con todas sus ganas.
Intento seguirle el ritmo, pero es muy apasionado. Me levanta y pasa mis piernas
alrededor de su cintura y yo rodeo su cuello con mis brazos. Nunca jamás había
sentido tal conexión con un primer beso, ni con ningún beso. Y sin duda, nunca
había dado un beso tan largo. No sé cuánto tiempo llevamos besándonos, pero me
pasaría así toda la vida. Siento el estómago del revés y mi cuerpo parece
gelatina. De repente deja de besarme. Me mira fijamente, se separa y me quita
un mechón de pelo de la cara con suavidad.
—Ya.
--------Fin de fragmento-------
¿Habéis llegado leyendo hasta aquí? Lo primero, ¡gracias! y lo segundo, hasta aquí puedo publicar. Digamos que la cosa se pone interesante y quizá ¿no apta para todos los públicos? Ya sabéis que el libro completo para descargar en tu tablet, iphone, kindle, portátil, etc... está disponible en Amazon por solo 3,39€. ¿A qué estáis esperando? ¿Los vais a dejar ahí en la piscina después de ese beso?...
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