Trasov Vil
Me despierto con
la nariz helada. Odio cuando me pasa esto. No me hace falta salir de la cama
para saber que es un día feo y gris, de esos en los que me da por pensar en el
paso del tiempo, en el rumbo de mi vida y en cómo, en ocasiones, me siento
totalmente a la deriva. Es como si la lluvia me arrastrara hacia su estado de
ánimo, triste y taciturno. Así que remoloneo un poco más entre las sábanas,
intentando posponer el momento de abrir la ventana y ver que, efectivamente, es
un día de esos. Menos mal que ya he terminado con el maldito trabajo de
camarera. Salir de vez en cuando con mis compañeros lo hacía más llevadero,
pero nunca me sentí del todo parte del grupo. Prefería quedar con Justin. Intercambiábamos
conversaciones y sexo a partes iguales y estábamos cómodos así; simplemente nos
caíamos bien y pasábamos el rato.
¿Cuántas horas de
mi vida invertí sirviendo comida a gente que no debería comer tanto? ¿Cuánta
energía malgasté intentando llegar a la mesa sin derramar nada, en lugar de
enfocarme en lo que realmente me apasiona? Soy demasiado vaga, inconstante,
perezosa y siempre me he regido por la ley del mínimo esfuerzo. O quizá debería
hablar en pasado, porque por fin he dado el paso. Por fin me paré a pensar,
puse las cosas sobre una balanza y cogí las riendas de mi vida; o al menos eso
creo… Debería haberlo hecho mucho antes, pero las cosas suceden a su tiempo, ni
antes, ni después, y veinticinco años tampoco es ninguna exageración ¿no? La
verdad que es una cifra importante, un cuarto de siglo, como se suele decir.
Quizá fue esto lo que me impulsó a cambiar de vida y dedicarme a lo que siempre
había soñado, los libros. No recuerdo haber sido más feliz que estando rodeada
de libros y mejor si son antiguos. Meterme de lleno en sus historias, sus
leyendas, soñar con la infinidad de posibilidades que ofrecen y viajar a otros
mundos sin moverme del lugar. La mitología, las leyendas y los seres sobrenaturales
siempre han sido mis mejores compañeros.
El instituto no
fue fácil. Fue una etapa por la que tenía que pasar, así que intenté centrarme
en la lectura, pasar desapercibida y no darle mayor importancia. Solo mi
profesora de arte despertó en mí algún tipo de interés. Oírla hablar de egipcios,
griegos, romanos, esculturas y catedrales, alimentaba todavía más mi
imaginación. Llegados los dieciocho, decidí mudarme lejos de mis padres.
Necesitaba espacio, independencia y dinero. Recuerdo el momento de la despedida
como un gran alivio para ambos. Ellos no tenían que soportarme durante más
tiempo y yo a ellos tampoco, así que las cosas siguieron su curso natural. Fue
entonces cuando comencé a trabajar de camarera, prometiéndome a mí misma que
sería temporal, que una vez reuniera el dinero necesario, me iría a otro país.
Pero hace falta mucho dinero y todo sabemos cómo es el sueldo de una camarera
así que, pasado un tiempo, me acostumbré. ¡Qué manía tenemos los seres humanos
con acostumbrarnos a todo! Una manía que hace que pasen los años y no hayas
sido capaz ni de pensar, simplemente funcionas como un robot: desayunas
cualquier mierda, maldices madrugar y te quejas de tener sueño durante todo el
día; te arreglas lo justo para no asustar a nadie, trabajas, repites mil veces
en voz alta y baja que quieres terminar ya tu turno, llegas a casa, aplastas el
sofá, te pones tu serie favorita mientras te atiborras de carbohidratos y
duermes sintiéndote mal por haber comido tanto. Es un círculo vicioso del que
no es fácil salir. Pero salí.
Al soplar la vela
imaginaria de mi vigesimoquinto cumpleaños me dije, Liv, tienes que hacer algo
con tu vida, el tiempo está pasando y no querrás tener que arrepentirte de lo
que nunca hiciste. Definitivamente, necesitaba un cambio. No era la primera vez
que me informaba de lugares con las mayores y más ricas bibliotecas y, sin
duda, había uno que llamaba mi atención
por encima de todos los demás. Trasov Vil, una ciudad situada al norte de
Rumanía, no demasiado grande y con bosques y vegetación suficiente para
alimentar a las ardillas de toda Europa, en el caso de que allí habiten ardillas,
claro. La verdad que no conocía nada de este lugar, así que me puse a
investigar. Lo más importante para mí, era el clima. No quería mudarme a un
país donde llueva hasta aburrir y que el sol sea algo parecido a encontrarte
dinero en la calle. Para cortarme las venas allí, ya lo hago aquí y me ahorro
el viaje. Inviernos fríos y secos, veranos cálidos y húmedos… lo puedo
soportar. Contacto con una agencia que se dedica a buscar empleos en el
extranjero. Un puesto de becaria en una de las bibliotecas más grandes del
continente y con las mejores colecciones de libros antiguos, me parece
perfecto. Vale que el sueldo es ridículo, pero la verdad, lo haría gratis. Me
empiezo a poner incómoda con la búsqueda de piso. Vivir tantos años sola hace
que me plantee si sería capaz de soportar a otra persona merodeando por todas
partes, entorpeciendo mis manías y tocando todas mis cosas. Lo que más me
preocupa es que le guste hablar y lo que es peor, ¡que quiera hablar conmigo!
¿Existen viviendas silenciosas como esos vagones de tren donde no se te permite
ni estornudar? Solo me queda rezar a un Dios en el cual no creo y confiar en que
todo saldrá bien.
Por fin, ha
llegado el momento de hacer la maleta. ¡El último día de mi asquerosa vida!
Llevo haciendo la lista para el viaje casi un mes, no quiero dejar nada a la
improvisación. ¿Cómo se puede meter toda una vida en una simple maleta? Pues
sentándome encima y usando toda mi fuerza, lógicamente. Una vez recogido todo y
repasado la lista como veinte veces, me quedo de pie en medio del pasillo. ¡Realmente
lo voy hacer! Creo que si me detengo a pensarlo, deshago la maleta y me instalo
de nuevo, así que agarro el bolso y hecha un manojo de nervios, salgo dando un
buen portazo.
El viaje en
autobús hasta el aeropuerto pasa rápido mientras me despido a través de los
cristales mojados, pero el tiempo no parece correr mientras espero para subir al
avión, así que me entretengo observando a todos los que vamos hacia el mismo
lugar. ¿Quién sabe? Quizá acabe encontrándome con alguno de ellos allí, pero
por mucho que me esfuerce en recordar sus caras, sé que mi mala memoria no
recordará ninguna de ellas. Hay varias familias con niños que espero que no se
sienten cerca de mí, algunos chicos con gorra, mochila y auriculares, un grupo
de amigas visiblemente emocionadas con el viaje, hombres de negocios… Me
pregunto si alguien me estará mirando y qué pensarán de mí. ¿Verán mi temblor
de piernas o es solo sensación mía? Al fin, se abren las puertas y podemos
subir al avión. Bueno Liv, toma asiento, controla los nervios, que allá vamos.
Trasov Vil huele a
humedad. Es de noche y la temperatura es agradable. Me alegro de haberme mudado
en verano y, aunque la humedad no va a ser buena para mi nuevo corte de pelo
con flequillo, el no tener que peinarme, lo convierte en el corte perfecto. Encuentro
mi edificio fácilmente, es una torre con una especie de caseta para pájaros
gigante en el tejado, piso 7B. Me recibe una chica de pelo largo color caoba.
Su amplia sonrisa deja ver el piercing de su lengua y me parece de lo más
atrevida. Me resulta graciosa su forma de caminar, es como si fuera dando
saltitos sin esfuerzo alguno. Una vez hechas las presentaciones me hace un
recorrido por toda la casa. Sylvia también se ha mudado recientemente, pero me
pone al día de todo. Es alucinante la facilidad que tienen algunas personas para
hablar con desconocidos sin sonrojarse, sin embargo, yo estoy roja como un
tomate y eso que no hago nada más que escuchar y asentir. Su voz es suave, algo
aguda, pero agradable. Llegamos al cuarto
de baño y está ocupado. ¡Qué inoportuna! ¿Quizá tres personas viviendo en un
mismo piso son demasiadas? Elah sale del baño un poco avergonzada e irremediablemente
me produce ternura, no me quiero ver en esa situación. Tiene el pelo corto
moreno, unas cuantas pecas en la nariz y unos labios naturalmente rojos. Es más
bajita que yo, visiblemente más tímida que Sylvia y, a pesar de llevar meses
viviendo ahí, no dice gran cosa. Me instalo en mi habitación que está igual que
en las fotos: una cama grande con una sábana color marrón que por supuesto
cambiaré, ventana con vistas a la calle principal, una pequeña mesa de estudio
y un armario medio decente. ¿Qué más puedo pedir? Me tumbo en la cama sin
quitarme la ropa y duermo hasta el día siguiente.
El trabajo en la
biblioteca no comienza hasta dentro de unos días, así que tengo tiempo para
hacerme con el lugar y visitar la ciudad. Me levanto temprano, me pego una ducha
y salgo a conocer mi nuevo hogar. Qué diferente se ve todo ahora de cómo se
veía anoche. El sol hace resplandecer los edificios que son arquitectónicamente
perfectos, la gran mayoría en diferentes tonos de gris. Me impresiona la
cantidad de ventanas que tienen todos, cada una igual a la otra. A lo lejos,
entre los edificios, aparecen algunos tejados de color verde turquesa que sin
duda, le da un toque muy pintoresco y acogedor a la vista general de la ciudad.
Mi calle es animada, hay un pub, varias tiendas de alimentación, una de tabaco
y licores y varios restaurantes. Giro a la derecha hacia la avenida principal y
camino sin rumbo. Se nota que no soy de aquí, ya que no puedo dejar de mirar a
todas partes totalmente fascinada. Como leí en algún sitio: “los ojos que ven
por primera vez, siempre brillan más”. Paso por una tienda que llama mi
atención por su enorme letrero en blanco y verde y no me puedo resistir a
entrar. Tal y como su nombre indica, “Healthy Food” está repleta de todo tipo
de alimentos saludables y con un aspecto inmejorable. Después de mucho pensar,
me pido un batido de fruta natural y un pan con toda clase de semillas y frutos
secos y paseo hacia la biblioteca. Tengo curiosidad por ver si es tan
impresionante como parece. Una fachada más pequeña de lo que me imaginaba, me
recibe al final de la calle. Está decorada por unos grandes ventanales y una
enorme puerta de madera que se abre en dos hojas, llena de muescas propias del paso
del tiempo. El suelo desgastado de baldosas grises, muestra los años y la
categoría del lugar, que huele a piedra y a papel. Robustas columnas rodean un
patio interior con unas cuantas plantas y una fuente que pone la melodía al
lugar. En torno al patio, se encuentran las diferentes aulas dedicadas a asignaturas
de la universidad y en el piso de arriba está la sala principal. Subo por la
gran escalera y no puedo evitar emocionarme al ver la cantidad de libros que
hay allí. Los estantes hasta el techo, en tonos marrones y grises y la falta de
luz natural, le otorgan al lugar un aspecto embriagador. Los pocos rayos de sol
que se filtran, lo hacen a través de unas llamativas cristaleras de colores
que, por alguna razón no se distinguen desde la calle. En el centro de la sala,
hay una zona con mesas, apenas ocupadas y a su alrededor todo un mundo de papel
y tinta. No veo el momento de empezar a trabajar aquí. Recorro todos los
rincones y me pregunto cuánto tiempo tardaré en conocer los pasillos, las
diferentes zonas y categorías y cómo va a ser posible encontrar un libro en
este laberinto. Deambulo un buen rato observando y tocando todo cuanto hay. ¡Qué
gran olor es el de los libros!
Totalmente
satisfecha con el lugar, que ha superado con creces mis expectativas, regreso a
casa deseando que llegue el momento de empezar. Mientras tanto, debería
aprovechar estos días libres para entablar relación con mis compañeras; no he
llegado hasta aquí para estar tan sola como lo he estado siempre. Elah está en
el sofá del salón y me mira sin inmutarse demasiado.
—¿Has ido a
visitar la ciudad? —me dice casi en un susurro.
—Sí, quería verla
de día. Anoche llegué tarde y muy cansada después del viaje.
—¿Y qué te ha
parecido?
—Es bonita. He ido
hasta la Biblioteca Mirna para ver cómo va a ser trabajar allí.
—Tranquilo —dice
en una media sonrisa.
—Eso seguro —le digo
devolviéndole el gesto mientras me siento en el sillón de al lado—. ¿Desde
cuándo vives aquí?
—Me mudé hace poco
más de un año. He vivido en diferentes ciudades, pero indudablemente esta tiene
algo especial. Creo que me quedaré aquí durante un tiempo. Las fotos son
espectaculares y las pagan bien, así que…
—¿Hay alguien en
casa?
Sylvia entra cargada
de bolsas directa hacia la mesa.
—He traído la
comida: sopa, carne y pescado típicos de aquí, para que te vayas integrando —me
dice emocionada esperando mi respuesta.
—Muchas gracias,
no tenías por qué hacerlo.
—Claro que sí,
ahora eres una más y tienes que sentirte en casa, por lo tanto ¡vamos a comer!
La comida se hace
entretenida. Si bien, nunca me ha gustado comer delante de desconocidos, no me
queda otra opción así que, intento concentrarme en la conversación. Sylvia es
profesora infantil y habla con entusiasmo contando anécdotas divertidas de los
niños. La forma en la que habla, lo hace parecer interesante, pero no me
imagino trabajando con mocosos. Elah interviene de vez en cuando, pero su mente
parece estar en otro lugar.
—Te pasa algo —le increpa
Sylvia.
—Me he vuelto a
pelear con Anna. Esta vez me ha pillado de lleno y no he podido darle ninguna
excusa. Usó mi portátil y vio la conversación con la chica de internet, así que
imagino que se ha terminado.
—Eres lo peor, no
sé cómo te las arreglas para ponerle los cuernos a cada una de tus novias.
—Lo sé, no tengo
remedio.
Ambas ríen y me
contagian a mí también. Parece que esto no va tan mal.
Son las nueve de
la mañana y acabo de llegar a la biblioteca. Me recibe Doria, una mujer
regordeta de unos cincuenta y tantos, con gafas y un cordón en forma de perlas
que las deja caer sobre su pecho, dándole un aspecto acorde con el lugar. Tiene
el pelo castaño con bastantes canas, un traje chaqueta color gris y olor a
rosas. Odio el olor a rosas. Me enseña todos y cada uno de los rincones de la
biblioteca, salón general, salas privadas, despachos, baños y me da un esquema
de todos los pasillos, con sus nombres y categorías. Todo esto nos lleva más de
media mañana. Parece que haya explicado lo mismo cientos de veces, se muestra
correcta y recita el guion de maravilla; está claro que lleva trabajando aquí
mucho tiempo. Mis funciones van a consistir en vigilar el salón general, que la
gente se comporte bien, mantener el silencio, asegurar el correcto uso de los
libros, responder las preguntas básicas que me puedan hacer y que todo esté
ordenado y cada libro en su lugar. Como me ha repetido Doria varias veces con
su sonora voz: “Lo más importante es que los libros vuelvan a su lugar
correspondiente. Coloca uno mal y el caos estará servido. ¿Lo has entendido?”
La primera mañana
de trabajo me ha recordado al primer día de instituto, no se hace mucho y se
pasa rápido. El resto de semana transcurre sin problemas y puedo leer mientras
vigilo la sala, así que ya voy por la mitad del libro “Mitos y Leyendas de la cultura popular”. Algunas son realmente
terroríficas y leer este tipo de cosas en un sitio así, hace que se me erice la
piel. Hombres lobo, brujas, vampiros… Unas montañas como las de aquí, sin duda,
te hacen creer que todo esto pueda ser real. Poco a poco voy memorizando el
sitio, todavía necesito ayuda para encontrar los libros, pero al menos ya no me
pierdo por los pasillos. Creo que me harían falta meses para encontrar algo
aquí.
—Chicas, esta
noche salimos. ¡Es viernes y el cuerpo lo sabe!
Sylvia está muy
animada y hace un bailecito muy gracioso y sonríe sin parar.
—Voy a depilarme —suelta
Elah entre risas—. Nunca se sabe lo que puede pasar.
Su respuesta me
deja perpleja, pero tiene toda la razón. Cenamos en un restaurante repleto de
gente de todas clases, turistas, locales, vestidos elegantes, sudaderas, de
todo un poco. ¿Dos botellas de vino para las tres son muchas? Menuda resaca voy
a tener mañana. Las tres nos hemos arreglado a conciencia. Yo me he puesto mi
blusa gris favorita, que me resalta el pelo y los ojos castaños. Sylvia lleva
un vestido lencero muy sexy color malva y negro que le marca su envidiable
figura y Elah, una camiseta a rayas con algo de escote. Me sorprende lo bien
que me lo estoy pasando con dos personas que, hasta hace apenas unos días, eran
unas absolutas desconocidas para mí. ¿He tenido que mudarme de país para
encontrar por fin, un grupo de amigas? La noche continúa en un pub muy moderno.
Colores blancos y brillantes, bailarines semidesnudos y la música electrónica
más actual. Me lo estoy pasando en grande. ¿Cuánto tiempo hace que no me
divertía tanto? Ni siquiera lo recuerdo. Bailamos como posesas y bebemos como
si nos fuera la vida en ello, hasta que ya no podemos más y nos volvemos a
casa, tacones en mano. No sé exactamente la distancia entre la discoteca y mi
cama, pero deduzco que de no haber sido por las risas y el alcohol, se me
habría hecho eterno. Nos vamos cada una a nuestra habitación sin despedirnos y
me quedo un rato mirando por la ventana, sintiendo el aire fresco en la cara.
Todos los locales están cerrados. Ahora no parece la misma calle animada del
primer día, más bien parece una calle apartada y solitaria por la que no me
atrevería a pasar sola. De repente, a lo lejos veo algo acercarse. Va muy
rápido. Si es un coche lleva las luces apagadas, pero… no puede ser un coche.
Pasa por debajo de mi ventana a una velocidad pasmosa y no soy capaz de intuir
qué puede ser. Solo he visto una sombra negra, pero claro, con todo lo que he
bebido, podría ser cualquier cosa. Me quedo un rato más observando, pero
empiezo a quedarme dormida. La cama me llama.
La mañana
siguiente es una pesadilla. Queda más que probado que los dieciocho pasaron
hace mucho y que las resacas, son ahora mucho más duras. Me levanto a por agua,
un sándwich y lucho por llegar de nuevo hasta la cama. Me lo pasé genial
anoche, hacía mucho que no me sentía así. No llevo aquí ni un mes y ya me
siento totalmente diferente. Quizá sea la ciudad, la compañía, un trabajo que
de verdad me gusta… el caso es que, por primera vez en mucho tiempo, me siento
bien. El bullicio de la calle me distrae de mis pensamientos, parece que toda
la ciudad ha decidido venir hoy aquí. Me asomo por la ventana y el momento de
anoche me viene directo a la mente. ¿Qué fue la sombra esa que vi? Pasó tan
rápido y estaba tan oscuro que apenas pude adivinar lo que era. ¿Fue producto
de mi imaginación?
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