Querido Freddy,
¿Cuántas palabras llegamos a pronunciar a lo largo del día? ¿Cuántas de
ellas tienen un significado? ¿Cuántas de ellas sirven para algo? ¿Cuántas de
ellas sólo son dichas para llenar el silencio?
Y, ¿cuántas palabras no llegan a pronunciarse? ¿Cuántos pensamientos que
nunca llegan a expresarse? ¿Cuántas miradas perdidas sin encontrar palabra alguna?
Deberíamos hablar más. Y no me refiero a parlotear como loros, repetir
frases o discursos, ni llenar el silencio con sonidos. De esto ya hay bastante
y no conduce a ningún sitio. Me refiero a hablar de verdad. Como se hablan las
mentes sin necesidad de pronunciar palabra. Me refiero a cómo se hablan las
miradas que se encuentran por sorpresa. A cómo habla la piel en contacto con
otra piel. Esas conversaciones no dichas que ni falta hace que les pongamos
sonido. Porque hay cosas que nunca deberían ser dichas y en cambio hay otras
que nunca deberían ser calladas.
Las cosas dañinas, negativas, las que nos roen por dentro, las que nos
quitan el sueño... ésas que nos van minando día tras día y que nunca llegamos a
decir. Ésas precisamente, son las que deberíamos gritar a los cuatro vientos,
sin importar nada ni nadie. Deberíamos soltarlas como el mar suelta las olas,
sabiendo que nunca las podrá recuperar. Liberándose de ellas y soltando el
exceso de carga. Llevamos demasiado peso en nuestro interior y de vez en cuando
hay que soltar lastre para poder seguir avanzando.
En cambio, hablamos demasiado de las cosas que no importan. Nos empeñamos en
llenar el silencio, como si éste no fuera lo suficientemente bello siendo,
simplemente, lo que es, sin necesidad de adornos. ¿Cuántas palabras de las que
has pronunciado hoy las has sentido salir de tu corazón? ¿Cuántas tenían una
intención? ¿Cuántas de ellas han sido importantes para ti?
Como se suele decir, las palabras se las lleva el viento. ¿Sabes lo que ni
el viento ni nada podrá llevarse? Las sensaciones. Ésas se quedan grabadas como
la tinta en la piel. Te tocan y te acompañan mientras vivas. Hacen que seas la
persona que eres. Te mueven, te motivan a luchar, te recuerdan lo más bello y
lo más doloroso también. Las sensaciones te forman como persona, estamos
compuesto por miles y millones de ellas.
Entonces, ¿por qué empeñarnos en poner palabras a lo que no las necesita?
¿Por qué empeñarnos en estropear silencios? ¿Por qué callar lo que más deseamos
gritar? Porque hay algo más poderoso que cualquier cosa, que nos condiciona
hasta límites insospechados, algo que nos acompaña de por vida y que es
prácticamente imposible de dejar atrás. Ese algo que nos respira en la nuca día
tras día y nos va pisando los talones.
Por si hasta ahora no habíais sido
conscientes de su presencia, os lo voy a presentar. Se llama Miedo y vino para
quedarse.
¡Qué bonito y cuánta razón tienes en esta reflexión! Me gusta en la manera que la expones, como utilizas un lenguaje sencillo pero a la vez con expresiones muy literarias y metafóricas. He añadido tu blog a mi página con tu permiso, y así quien entre podrá visitar también tu blog. ¡Un saludo!
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